6 de marzo de 2025

Mientras el hambre no disminuye, la obesidad sigue creciendo



Comentario de Enrique Carretero Anibarro (@Enriq_Carretero)

En el mundo actual vivimos una paradoja: mientras en los países subdesarrollados se está luchando para poder suministrar suficientes alimentos a una parte de la población hambrienta, al mismo tiempo, en los países desarrollados afrontamos problemas relacionados con la sobreingesta o el consumo desmedido de una alimentación inapropiada.

El hambre es un mecanismo fisiológico esencial para la supervivencia, regulado por circuitos neuroendocrinos complejos que equilibran la ingesta y el gasto energético. A lo largo de la evolución humana, la regulación del hambre ha cambiado, influenciada por la disponibilidad de alimentos y factores ambientales. El artículo que hoy comentamos revisa los principales mecanismos de control del hambre, incluyendo la interacción entre el eje intestino-cerebro, el hambre hedónico y la influencia de la microbiota intestinal. (Sigue leyendo...)

Primero es interesante entender de qué estamos hablando. ¿Qué es el hambre? El hambre se define como una sensación fisiológica y psicológica que impulsa al organismo a buscar y consumir alimentos para satisfacer sus necesidades energéticas y nutricionales. Aunque en términos generales se asocia con la falta de alimentos, el hambre es un fenómeno complejo que puede estar influenciado por múltiples factores. Entender cómo funciona el hambre no es sencillo, se piensa que es el resultado de una intrincada interacción entre sistemas hormonales, neurológicos y metabólicos.

Identificar los diferentes tipos de hambre puede ayudar a mejorar la relación con la comida y evitar el consumo impulsivo o innecesario de alimentos. Existen tres principales tipos de hambre:
  • Hambre homeostática: responde a la necesidad biológica de obtener energía.
  • Hambre hedónica: en un entorno con disponibilidad abundante de alimentos, la regulación homeostática del hambre puede ser suplantada por el sistema de recompensa cerebral. El consumo de alimentos ricos en grasas y azúcares activa circuitos de dopamina en el sistema límbico, favoreciendo el consumo excesivo, impulsado por el placer y las señales de recompensa.
  • Hambre mediada por la microbiota: modulada por la microbiota intestinal y su influencia sobre el sistema neuroendocrino.
Los desequilibrios en los mecanismos de regulación del hambre pueden llevar a condiciones patológicas como la obesidad, trastornos alimentarios (anorexia nerviosa y bulimia) o diabetes tipo 2 (DM2). La creciente prevalencia de este tipo de trastornos en la salud pública ha impulsado el actual interés por la neurobiología del hambre.

En el entorno de los países desarrollados la ingesta excesiva de alimentos se está convirtiendo en un importante problema de salud pública, y la obesidad es la consecuencia más palpable de esta sobreingesta. De hecho, la obesidad es una de las principales preocupaciones de salud pública a nivel mundial. Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada ocho personas en todo el mundo padecía obesidad en 2022, y durante los últimos 30 años, la prevalencia de la obesidad se ha duplicado entre los adultos y cuadruplicado entre los adolescentes. Estos datos son especialmente preocupantes en la población pediátrica por las repercusiones que pueda suponer en el futuro.

Las personas con obesidad, independientemente de su edad, corren un mayor riesgo de padecer muchas enfermedades y afecciones graves, como hipertensión arterial, DM2, artrosis, en comparación con las personas con un peso adecuado. Consecuentemente, la obesidad y sus problemas de salud asociados suponen una sobrecarga para los sistemas sanitarios. Afrontar la obesidad requiere un enfoque multidimensional que incluya cambios en el estilo de vida, educación, intervenciones médicas y políticas públicas que fomenten hábitos saludables.

Los avances realizados en este campo en los últimos años nos han permitido apreciar algunos de los mecanismos en juego y el efecto de los cambios evolutivos sobre la fisiopatología de la ingesta alimentaria. Estudios sobre la fisiología del hambre han conducido al desarrollo de posibles remedios farmacológicos para este problema. El ejemplo más destacado es el uso de arGLP-1. Se ha demostrado que los arGLP-1 ayudan a los pacientes con sobrepeso u obesidad a perder peso suprimiendo el hambre, mejoran el control de la glucemia y reducen el riesgo de cardiopatías en pacientes con obesidad. Aunque inicialmente fueron desarrollados para tratar la DM2, los efectos de los arGLP-1 en la pérdida de peso han llevado a su aprobación para el tratamiento de la obesidad.

En resumen, la fisiología del hambre es un proceso multidimensional influenciado por factores neuroendocrinos, metabólicos y ambientales. La evolución de la alimentación humana ha favorecido la prevalencia de la ingesta hedónica, contribuyendo a la alta prevalencia de obesidad en el mundo desarrollado y al desarrollo de enfermedades metabólicas. La investigación en este campo continúa evolucionando, con nuevas estrategias terapéuticas, como los arGLP-1, dirigidas a modular la regulación del hambre para prevenir y tratar trastornos como la obesidad y la DM2.

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